Una opinión generalizada con la muerte de Hugo Chávez es que “por fin el pueblo venezolano se liberará del yugo opresor, que por casi 15 años, lo mantuvo bajo una terrible represión”. Creo que es una visión poco objetiva de la situación de Venezuela. Rara vez el mundo ha visto un líder tan amado por su pueblo; definitivamente no todos lo amaban tanto, ni todo Venezuela vivió el mismo duelo por la muerte de su presidente, pero creo que pocas veces una persona mueve de esa manera a un continente completo.
SU FUNERAL
Escuchar durante días sobre la muerte de Hugo Chávez y su funeral me mostró la relevancia del evento. Creo que pocas veces el mundo tiene sus ojos puestos en un único lugar y en una sola ciudad. Su cuerpo será embalsamado y dispuesto en un lugar estratégico en Caracas, para luego ser enterrado en el Panteón Nacional, junto a la tumba de Simón Bolívar; sin duda, un parteaguas en la política de Latinoamérica.
Pocas veces la muerte de un líder estremece al mundo en la manera en que lo hizo la de Chávez. Considero que en el último siglo las muertes con esa magnitud, esas repercusiones o ese clamor por parte del pueblo sólo han sido diez:
- Vladimir Lenin, en enero de 1922, Rusia.
- Eva Perón, en julio de 1952, Argentina.
- Joseph Stalin, en marzo de 1953, Rusia.
- John F. Kenedy, en noviembre de 1963, Estados Unidos.
- Ho Chi Min, en septiembre de 1969, Vietnam.
- Mao Tse Tung, en septiembre de 1976, China.
- Kim Il-Sung, en julio de 1994, Corea del Norte.
- Lady Diana, en agosto de 1997, Reino Unido.
- Juan Pablo II, en abril de 2005, Vaticano.
Y finalmente, en este 2013, Hugo Chávez en Venezuela.
¿Y EL YUGO OPRESOR?
En octubre de 2012 Venezuela tuvo elecciones para presidente, hasta cierto punto libres y secretas. Con una participación superior al 80% (en las elecciones federales de México de 2012 se tuvo una participación de 63%) que validan un resultado bastante claro. Prácticamente había sólo dos candidatos a la presidencia: Hugo Chávez y Henrique Capriles; el primero consiguió 1.6 millones de votos más que el segundo. Se registró una diferencia de más de 11% entre los dos candidatos. Pese a que la oposición al régimen chavista estaba unida y tomando en cuenta que todo Venezuela votó, los venezolanos dejaron un claro mensaje en las urnas: amamos casi todos a Hugo Chávez.
¿Y POR QUÉ LO AMÁBAMOS?
Independientemente de su carisma, de su forma de hablar, de unir a Venezuela o de cualquier explicación etérea que se pueda hacer sobre la figura que Chávez representó para los venezolanos, creo que la explicación es muy sencilla: dinero.
Los ingresos por el petróleo que tiene Venezuela representan cerca de $40,000 cada año por cada venezolano (poco más de $3,000 dólares), es decir, el gobierno chavista tuvo recursos para gastar, para apoyar, e incluso repartir, de sobra. Con la cantidad de hidrocarburos que produce Venezuela se puede financiar un estado que, sin mucho criterio, tal vez sin un plan de desarrollo e incluso sin un buen modelo económico, genere mucha empatía en la población. Cada año, independientemente de lo que haga o deje de hacer un venezolano, tiene $40,000 a su disposición, proporcionados por el estado. Esos recursos, bien distribuidos entre los allegados, repartidos inteligentemente en los municipios más chavistas y en la población que lo sigue, genera no sólo votos sino adeptos, fieles e incluso fanáticos.
No importa si Chávez canta bien, no importa si genera fervor patrio entre los venezolanos, no importa si se refiera a Estados Unidos como El Diablo -aunque es su principal socio comercial- o si Venezuela hoy ocupa el quinto lugar en homicidios per cápita del mundo (con una tasa casi del doble que la que tiene México). Tampoco importa su pésimo manejo de las finanzas públicas ni su escaso conocimiento de macroeconomía o si durante su mandato hubo una inflación acumulada de 1650%.
Devaluaciones, deuda, homicidios, inflación, golpes de estado, todo eso no importa. Los venezolanos nos dejaron un claro mensaje: consigue a alguien que gaste $40,000 cada año en cada uno de nosotros y votamos por él, lo hacemos héroe, nos hacemos sus fanáticos e incluso lo embalsamamos el día de su muerte. El que paga, manda.