Muchos artistas dicen utilizar matemáticas como una herramienta básica de su producción, aunque en algunos casos no pasa de utilizar una proporción, o incluso, una vez que está terminada la obra, intentar clavar un rectángulo por ahí y decir que se mantuvo la relación áurea o que no se mantuvo por que ellos van contra las reglas establecidas.
No todos los artistas-matemáticos tienen esa tendencia y uno de ellos es Richard Serra. Tuve la oportunidad de encontrar una de sus obras como una exposición permanente del museo Guggenheim de Bilbao y más que contarte si es un artista de tal lugar y con aquella trayectoria, te comento el efecto que tuvo en mí esa exposición.
Para empezar es un museo que por naturaleza resulta raro. Diferente y peculiar es poco decir. Está ya en una ciudad especial, tomando en cuenta que en Bilbao no hablan castellano sino euskera, y la historia, la cultura y la sociedad en esa zona es muy diferente a la España de Madrid o Barcelona. Además el museo es exclusivamente de arte contemporáneo, e inaugurado hace sólo 15 años, parece convertirse en el ícono de la ciudad.
Respecto a la exposición, se trata de un enorme espacio al que entras y ves únicamente unas paredes de color óxido. Difícil de entender, estuve a punto de marchar a otra sala pues esa zona parecía más bien la bodega. Afortunadamente me adentré en la habitación, esperando encontrar alguna obra interesante.
Primero, la idea básica de la obra: trazas una elipse en el piso, grande, muy grande y una igual cuatro o cinco metros arriba, sólo que con una rotación de 60 grados y unes esas dos elipses mediante una gruesa lámina de hierro oxidado. La lámina de óxido que une las dos elipses forma toda la obra. Una pequeña ranura te permite entrar a la primera elipse y ver con atención la deformación que se produce por la rotación.
Una figura un tanto básica y que le llama la torsión elíptica. Considero que esa primera torsión está ahí para explicar el resto de la obra y que el público entienda la idea básica aplicada a figuras más complejas.
La siguiente es la torsión de una espiral. Un efecto raro, pues en ocasiones está la pared perfectamente vertical y en otros casos cuesta trabajo pasar por la inclinación. En esta obra, el efecto es que pierdes la noción de orientación, es decir, no sabes cuántas vueltas has dado y hacia dónde está “el norte” o la entrada de la sala.
Luego, la torsión de dos elipses concéntricas. Las figuras son cada vez más complejas y realiza además un juego con el ángulo de rotación. Entre ellas, la torsión de tres curvas sinoidales. Suena simple, pero el efecto de cruzarlas es que te sientes atrapado, como si las paredes te estuvieran aplastando. Además, la deformación de las ranuras de entrada y salida te hacen un poco perder la noción de verticalidad. Te da miedo tocar las paredes, pues piensas que puedes tirar una de esas láminas de hierro oxidado, así que se vuelve una odisea cruzar una figura un tanto simple.
Finalmente, una complejidad más. Hasta ahora eran solamente torsiones, lo que hace que las paredes sean hasta cierto punto planas. Sólo es trazar una curva en el piso y elevarla, como si fuera una cortina. La torsión hace que las paredes se inclinen, pero que tenga una cierta sensación de planaridad, como una pared inclinada. En las últimas tres obras agrega además curvatura a las paredes, y toma alternativamente una región de una esfera o de una silla (aunque le llama la parte interna de un toro) con una cierta deformación o torsión.
Primero intercala dos esferas con dos sillas, otras dos esferas y otras dos sillas. La falta de una superficie a la cual puedas hacer referencia, te genera una verdadera confusión. Sólo cruzar de un lado a otro y pierdes todo sentido de verticalidad. Parece que todo el tiempo obligas a que paredes y piso sean planos, pero el moverte por superficies deformadas y rotadas, que adicionalmente no empatan una con la otra te produce un verdadero mareo. Incluso sales y no sabes si ahora las paredes de la sala son planas o verticales.
La última obra de toda la sala es una especie de espiral, cuyas paredes son esferas o toros, las cuales vas recorriendo y te vas adentrando. Las paredes en el piso guardan cierta distancia, pero en la parte más alta no. Se mezclan los tres efectos. Te sientes atrapado por las paredes, desorientado por el laberinto, y sin la noción de verticalidad por las superficies deformadas. Recorres un número de paredes y vértices, del cual pretendes llevar la cuenta, pero en realidad tienes mucho que pensar sólo con no caerte e intentar caminar. Desorientado, mareado e incluso ya con náuseas escuchas las voces de la gente que como tú, está recorriendo la obra. No estás seguro de si están atrás de ti o adelante, pues es en realidad un laberinto. Finalmente llegas al centro de la obra. Nada hace sentido. Tienes mucho que ver, pero en realidad son sólo tres paredes deformadas. Te cuesta trabajo incluso encontrar de nuevo la ranura para volver a adentrarte en el laberinto y poder salir. Con mucho trabajo te encuentras a gente que va o viene en el laberinto y en realidad parecen ser parte de la obra. Al parecer, con el mismo mareo que tú, se tambalean evitando tocar las paredes.
Logras salir. Una vez afuera te encuentras una pequeña sala anexa en la cual te explican lo complejo de la construcción y del transporte de los materiales. Lo difícil que es lograr deformar una lámina de acero tan gruesa en formas tan complejas. Y lo mejor, una pequeña maqueta con la cual entiendes, desde una mejor perspectiva, cada una de las obras en las que te metiste.
El museo Guggenheim ofrece una exposión además compleja, típica del arte contemporáneo. Una de las salas es en realidad un balcón situado justo sobre la sala de Richard Serra y te permite observar las obras desde arriba y a la curiosa gente adentrándose en el complejo laberinto de torsiones, toros y esferas.
Disfruté mucho de la ciudad y del museo pero en particular, el reto que fue entender la obra de Richard Serra.