Cada enero, como de costumbre, el boleto del Metro de la ciudad de Londres sube de precio. A mi, por ser usuario frecuente del servicio -y usar una Oyster Card-, ahora un boleto sólamente me costará ₤2.20, (que es equivalente a $48 pesos mexicanos). Al que no es usuario frecuente le corresponde pagar una tarifa de ₤4.70 (más de $100 pesos mexicanos).
Para bajar un poco el costo del servicio, se planea sustituir a los pocos empleados que quedan en las estaciones por máquinas que vendan los boletos. Aunque actualmente las máquinas ya se utilizan extensivamente, la idea es que pronto todos los boletos se vendan de esa manera. Como usuario -y si con ello reducen el precio del boleto- me parece una idea maravillosa. El problema es por supuesto los empleos. Si pensamos que hay en total (entre todos los turnos) un total de 12 empleados en cada una de las 270 estaciones, estamos hablando de más de 3,200 personas que perderían su empleo. Como reacción a la pérdida de sus empleos, durante las últimas 48 horas el metro ha estado cerrado. De las once diferentes lineas, únicamente están funcionando dos y en horarios específicos.
Esta ciudad, tan de primer mundo, tan sofisticada, se quedó sin su principal medio de transporte. La reacción de la ciudad me parece realmente impresionante por varias razones:
Primero, la huelga estuvo perfectamente planeada; tan es así que hay sitios de internet y cuentas en distintas redes sociales informando sobre las líneas que permanecen abiertas, posibles rutas de camión y puntos de tráfico. Se sabe exactamente las horas que se estará sin servicio y hasta está planeado que la próxima semana se sufra la misma manifestación, también durante 48 horas.
Lo segundo es que nunca había visto tanto tráfico en la ciudad. Cualquier calle, incluso esas dentro de zonas residenciales donde usualmente no hay nadie, hoy están llenas de coches. Eso quiere decir que mucha gente en la ciudad tiene coche, pero decide no siempre utilizarlo. Usar transporte público no es señal de falta de poder adquisitivo, sino una mezcla de comodidad y consciencia ecológica y económica.
Tercero, pese a que la ciudad está completamente desquiciada, no se escucha un sólo claxon, ni se dejan de respetar los espacios peatonales, ni es motivo para violar todas las reglas ni para llegar tarde al trabajo o escuela.
Y finalmente, pese a que entiendo a las personas que se quedarán sin trabajo, en estas 48 horas que ha durado la manifestación se han dejado de realizar casi cinco millones de viajes en metro. El impacto es enorme, desde muchos puntos de vista, y todo para detener algo que me parece que no se puede detener: el progreso y la modernidad.