Llevamos ya cinco meses recibiendo vacunas y aplicándolas y en el proceso, hay cosas que han salido muy bien. El trámite de registrarse, de formarse en la fila y de ser vacunado se ha calibrado de tal manera que es hasta un proceso disfrutable en gran parte del país. Es emocionante ver a las y los adultos mayores salir con un riesgo bajo de infectarse y aún más bajo de sufrir una infección seria. De 30 millones de vacunas aplicadas, se han perdido poco más de 53 mil, que es un porcentaje de mermas bajísimo. En un país en el que la violencia se encuentra en cada esquina y es el elemento central de las campañas electorales, el proceso de vacunación se ha mantenido lejos del crimen. Y la vacunación avanza. Claro que llevamos menos cobertura que Estados Unidos o que Europa, pero contra el resto de los países de Latinoamérica, por ejemplo, vamos solo una semana detrás.

 

A cinco meses de la vacunación, hay algunas señales de alerta. Aunque ya se habla de la vacunación de personas de 40 a 49 años, aún faltan muchísimos adultos mayores de 60 por vacunar. Redondeando, uno de cada tres adultos mayores del país y uno de cada seis de la CDMX aún no se ha vacunado (o al menos no en México) lo cual se puede deber a muchísimas razones. Desde personas que no se pudieron vacunar el día que les tocaba o incluso un municipio en Oaxaca en el que no se ha permitido la vacunación. Sin embargo, a los adultos mayores de gran parte del país se les ha ofrecido una vacuna gratuita, relativamente cerca de casa, y de ese grupo poblacional, el de mayor riesgo, uno de cada tres no se vacunó, que es un porcentaje enorme. Desafortunadamente se espera que las personas más jóvenes rechacen aún más ser vacunados contra COVID, así que puede ser muy alarmante que desde ahora no se estén vacunando suficientes personas.

 

Por otro lado, el número de días que transcurre entre que una vacuna llega a nuestro país y que se aplica a alguien, va en un alarmante aumento (https://bit.ly/3yOLUHn). En marzo, una vacuna se tardaba once días en ser aplicada. En abril, el retraso ya era de catorce días y a finales de mayo, transcurren casi dieciocho días entre la recepción y la aplicación de una vacuna. Pasa cada vez más tiempo entre que recibimos una vacuna y la aplicamos y nuestro inventario crece. Hoy tenemos suficientes vacunas para inmunizar a toda la CDMX, por ejemplo, pero la estrategia de aplicación de vacunas no va tan rápido como la recepción. Abrir centros de vacunación de manera intermitente e ir aplicando vacunas, unos días sí y unos días no, le ha impuesto costosos cuellos de botella al sistema.

 

Y finalmente, un reto que sigue estando presente en México es el de los datos. Al inicio de la pandemia, por ejemplo, se publicaban diariamente los datos ¡en PDF! pero eventualmente se publicaron en un formato más amigable. Meses después, en la CDMX se obstaculizaron las consultas del Registro Civil, haciendo imposible rastrear el desastre que fue la ciudad y el impacto de priorizar la economía sobre la salud. Hoy, no hay datos abiertos sobre la vacunación, así que es imposible saber si, por ejemplo, las vacunas de AstraZeneca han generado más rechazo que otras, o si el inventario que se acumula corresponde a vacunas de Pfizer, por el tratamiento que requieren. Es posible que el rechazo a la vacuna esté relacionado con factores culturales, o que en lugares en los que la pandemia ha sido más letal, la vacuna sea más aceptada, pero por lo pronto, no es posible rastrear el avance de la vacunación por municipio o saber precisamente qué vacunas se acumulan como inventario. Sin datos, rápidamente nos inundamos de especulaciones y sospechas, pero con datos, el proceso se vuelve más transparente y pronto se diseñan tableros de control y surgen análisis, gráficas, mapas y artículos. A cinco meses de haber iniciado, el programa de vacunación enciende tres alertas: el retraso, el rechazo y la falta de datos.

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