“Selfie, selfie” me decían las personas en la calle. “Selfie” y llegaban, con sus celulares y con una gran sonrisa de emoción y sorpresa, a tomarse una foto conmigo. ¡Conmigo!
Tuve la fortuna de conocer Bangalore, una ciudad en el sur de India y la cuarta ciudad más grande de ese país, sólo debajo de Delhi, Mumbai y Calcuta. Con sus 12 millones de habitantes, es una ciudad cosmopolita, llena de colores, aromas y culturas, así como retos (creció demasiado rápido, así que no hay agua o transporte) y promesas (la ciudad tecnológica de India).
No es sorprendente encontrar a personas de muchas partes del mundo en Bangalore. Sus universidades y su gran industria tecnológica la hacen un destino frecuente. Y lo digo porque en Bangalore “pasé desapercibido”. Nadie me pidió una foto.
Pero en Bangalore tomé, junto con un amigo, un tren a Mysore (si, un tren en la India, cuyo viaje es todo un relato aparte). Mysore es una “pequeña” ciudad, de cerca de un millón de habitantes, al suroeste de Bangalore. Y ahí fue cuando el fenómeno empezó.
De la estación de trenes, tomamos un taxi al palacio de Mysore (un palacio ¡bellísimo!) y al llegar, la gente del lugar se nos quedaba viendo. Unos murmuraban y nos señalaban. Pasaron, quizá, un par de minutos, y la primer persona me pidió una foto. Supuse, como a veces sucede en lugares muy turísticos, que la chica que me pidió la foto, me estaba pidiendo que yo tomara una foto, con su cámara, de ella posando frente al palacio. Para mi sorpresa, al decirle que sí, ella extendió su brazo y tomó una selfie de nosotros dos. Y así fue, la primera de muchas fotos que me tomarían ese día.
Sorprendido, pues nunca me habían pedido una foto así, buscamos la fila para comprar los boletos y luego la fila, para que ya con el boleto en mano, entrar al palacio. Antes de entrar al palacio, ya íbamos en la tercera o cuarta foto.
Supongo que en parte es por mi altura y en parte por mi color de piel, pero las personas nos miraban, realmente sorprendidos. Y, aunque el palacio de Mysore es un lugar turístico, creo que recibe principalmente a personas del sur de India y tal vez de Sri Lanka, pues está relativamente cerca.
Unos pasos dentro del palacio, escuché cómo corrían un grupo de unos 20 niños hacia mí. La sensación fue rarísima. Todos me estrechaban la mano, me pedían una foto y me preguntaban de dónde soy. En cuestión de segundos, había 20 chamacos, y un par de papás también, rodeándome. Ellos fueron a los primeros a los que, después de que me pidieron tomarse una foto, yo también les pedí que se tomaran una foto conmigo. De todas las fotos que tomé en India, ésta es la mejor.
¿De dónde eres? me preguntó uno de los papás que estaba con los 20 niños (quien, por cierto, luego me pidió también su selfie aparte). Recuerdo bien su cara de sorpresa al escuchar “México”. Es un país tan lejano y tan desconocido en aquellos lugares, que suena como a un lugar mágico.
En la fila del templo de Mysore, noté que el sujeto frente a mi, se estaba tomando una selfie, pero yo ocupaba el 95% de la pantalla de su celular. Al menos lo intentó disimular, no como las otras personas que simplemente apuntaban su cámara hacia mí. Al notarlo, sonreí a la cámara, y él, apenado, intentó disimular. De ahí, mi segunda selfie en Mysore y también el tercer ojo en mi frente, que me lo puso él, de manera muy amigable, antes de entrar al templo.
Foto aquí y foto allá, fui una “celebridad” por un día. De Mysore, además de la experiencia de comer el platillo más picante que he probado y fotos de un palacio y templo increíbles, me llevé la experiencia de hablar (en la mayor parte de los casos, a señas, pues pocas personas hablan inglés, sino que en esa zona, se habla principalmente canarés) con chicos y grandes que, movidos quizá por la curiosidad o por la novedad, corrieron a tomarse una foto con el extranjero.