Feliz navidad y adiós 2020

Eran los primeros días de marzo, y lentamente veía un mundo desbaratarse frente a mis ojos. Si alguien me hubiera platicado cómo sería el resto de 2020, yo hubiera sido totalmente incrédulo. “Durará unas semanas, máximo unos meses” me repetía (y creo que nos repetíamos todos), confiado en que algo sucedería. “Se quedará en China, como pasó con el ébola hace unos años en África, pensaba mientras veíamos imágenes impactantes de los cierres en Wuhan”. Se encontrará la solución. Se contendrá. Algo lo detendrá. Alguien tendrá la receta para detener este virus. Pero no fue así. El 11 de marzo se declaró que lo que iniciaba en 2020 es una pandemia.

Con mucha resignación me fui haciendo a la idea de este nuevo mundo de cubrebocas y de antibacterial.  Me despedí de los restaurantes y bares y me hice a la idea de vivir encerrado y evitar cualquier clase de contacto. Vivir una nueva vida, entre cuatro paredes, se hizo en unas semanas mi rutina. Algunas veces, confieso, recordaba con mucha nostalgia mis días como turista, en las largas caminatas por la ciudad, o en la tradición de caminar al Metro y quedarme pegado a las ventanas del tren para tener siempre la mejor vista de la ciudad. “Algún día”, me decía con la ilusión de que ese Medellín regresaría a mi vida y de que yo volvería a vivir esa época, volvería a ser yo en esa ciudad.

El virus se sentía como algo ajeno, aún, lejos no solo de mí sino de las personas que quiero. El número de contagios era aún reducido y los fallecimientos se contaban con los dedos. De cierta manera, nosotros nos adaptamos más rápido de lo que el virus avanzó y empezamos con los trabajos a distancia o las reuniones por zoom. Los primeros días de la cuarentena, hasta había cierta novedad en vivir en una casa que antes utilizaba básicamente como dormitorio y había innovación y creatividad en organizar fiestas o cumpleaños virtuales con la familia y los amigos. En esos meses, en los que había aún pocos casos, la gente salía a sus balcones a las 8 de la noche para aplaudirle a las y los héroes de la pandemia.

Pero la novedad se fue. Vi restaurantes quebrar, bares transformados en tiendas y tiendas transformarse en almacenes o bodegas. Letreros de ‘se renta’ o ‘se vende’ invadir las calles, cada uno contando posiblemente la historia de alguna familia obligada a hacer ajustes en sus finanzas. A los meses, cuando ahora sí teníamos héroes trabajando en laboratorios y hospitales, los aplausos a las 8 de la noche ya no sonaban. El encierro comenzaba a ser largo.

Un día de mayo me golpeó la pandemia. Pero no porque me haya contagiado, sino porque un día entendí cuál sería mi principal preocupación. De ese virus, lejano y ajeno, se hizo una preocupación real, tangible y próxima. La historia de esta pandemia no solo se narra en negocios que quebraron o rutinas que nos cambiaron, sino en las miles de personas que fallecieron y en las millones de personas que los extrañamos. Me preocupa mi familia, mis adultos mayores y me preocupa este mundo que, aunque desmoronado, ha sabido llevar el día a día y sobrevivir en la serie de eventos que nos golpeó en 2020.

Falta mucho para que esta pandemia termine y ello me preocupa. Hemos logrado mantenernos lejos del virus, pero ¿hasta cuándo? Contagiarse y llevar el virus a casa parece ser una mezcla de tener los cuidados correctos, pero también de suerte. ¿O qué, las millones de personas que se han contagiado simplemente no fueron lo suficientemente cuidadosas? Yo creo que hay un enorme componente de suerte en las familias que al día de hoy nos hemos logrado mantener lejos del virus y lejos de hospitales, tanques de oxígeno, tratamientos y parientes intubados. Hasta ahora, hemos sido cuidadosos y tenemos que seguir así, pero hemos sido suertudos también. Y deseo que la suerte siga de nuestro lado. 

Avanzaban los meses de la pandemia, y una pregunta me resonaba a diario en la cabeza. ¿Cómo se verá nuestro mundo en Navidad? ¿Qué habrá cambiado y que seguirá? aún en julio o agosto, la Navidad sonaba como algo lejano, pero controlar la pandemia, o vacunarnos a todos sonaba -suena- aún más lejano. Y efectivamente cambiaron muchísimas cosas, y algunos cambios me han llenado de alegría.

Con la pandemia, vi a mi abuela aislarse por completo de cualquier contacto físico, pero la ví también hacerse una maestra con su celular. Si alguien me hubiera platicado que en 2020 mi abuela mandaría videos y se conectaría a una reunión con toda naturalidad, yo hubiera sido totalmente incrédulo. Hoy, tiene unas cinco o seis reuniones programadas con amigos y familia y ni una pandemia logró arrebatarle su vida social.

Con la pandemia, vi a mi hermano, a mi cuñada y a mis tíos preocuparse por su salud y ponerse a seguir videos de ejercicios en línea. Me tocó ver a un tío celebrar todos los días sus misas virtuales y verlo construir una audiencia de personas que perdieron la capacidad de ir a un templo, pero no perdieron la fe en su religión. ¡La pandemia también trajo algunos cambios espectaculares! Con mucha alegría vi a Donald Trump perder y a la primer mujer vicepresidenta de Estados Unidos. Vi a la comunidad científica trabajar a marchas forzadas para descifrar los muchos aspectos del virus. Me tocó ver la transición de los noticieros y programas de opinión acartonados y llenos de maquillaje a transmisiones desde el hogar, con todo lo que ello implica. Vi a mis amigos ofrecer cursos virtuales sobre algo que ellos dominan, y vi a personas aprendiendo a cocinar o a programar durante estos meses. Con la pandemia, mi primo y su esposa se hicieron uno de los pilares de mi familia y con la pandemia, mi mamá por fin tuvo tiempo de terminar su libro y dejarnos uno de los grandes regalos de 2020.

La pandemia nos desaceleró a muchos y nos quitó horas de estrés en el tráfico, pero nos regaló horas en casa. Nos regaló reflexión, tiempo y nos hizo ajustar nuestra lista de prioridades. Traer la camisa de la temporada, cortarse el pelo (¡o hasta traer zapatos y no chanclas!) suena como algo aún menos relevante de lo que ya era. Correr a gastar miles de pesos en regalos navideños suena como una de las cosas más inverosímiles de esta época, si el mejor regalo que hoy puede desear una familia es su salud y simplemente estar juntos.

Por lo bueno y por lo malo que trajo, por todo lo que nos dejó y por todo lo que se llevó, 2020 es, sin duda, uno de los años que marcarán nuestra vida. Y aunque falta tiempo para que este periodo de pandemia termine, cada vez está más cerca el final. Vemos ya la luz que se asoma al final del túnel y me entusiasma mucho imaginar cómo se ve el mundo del otro lado. Pensar, por ejemplo, que algunos trabajos volverán a ser presenciales, que la gente manejará durante horas en el tráfico colapsado de la ciudad o que la gente se dejará de reunir de manera virtual para festejar un cumpleaños, me parece que sería una gran oportunidad desaprovechada. Pese a que 2020 fue un año durísimo y complejísimo en muchos aspectos, nos deja también demasiado.

Y si de algo estoy agradecido, es que este 2020 no se llevó ni nuestro deseo por estar juntos, ni nuestro entusiasmo por festejar la navidad, y aunque sea a distancia, no se llevó los abrazos virtuales ni los buenos deseos…

Feliz Navidad y adiós 2020.